Concurso Literario 2023 – Ganadores y obras

GANADORES 

  • POEMA – CATEGORÍA 1

   Clara  Demaio  Por “El lago de Adán”

  • CUENTO – CATEGORÍA 1

    Ignacio Riglos Por “El lugar de la Esperanza”

  • POEMA – CATEGORÍA 2

   Taroni Fabrizio  Por “La bufonería y el frágil mundo”

  • CUENTO – CATEGORÍA 2

   Alejandro Demaio        Por “Mirando por la ventana”

  • POEMA – CATEGORÍA 3

     Santiago Vons  por “Pandora”

  • CUENTO – CATEGORÍA 3

     Santiago Vons por “Intermitencias”              

                        


Poesía, categoría 1: “El lago de Adán” (Clara Demaio)

Caminando me encontraba, angustiado,

y solo, muy solo. Me comí la esperanza de un bocado.

Cubierto de mugre, golpes, desesperado.

Así, solo como estaba, yo pensaba:

¿por qué la vida así me trataba?

Perdido, en el bosque, algo había hallado.

Un estanque (¿en el bosque?); qué suceso más raro.

Me incliné, y vi mi reflejo manchado,

negro, raro; un tanto distorsionado.

De repente, algo se me presenta;

un dolor, agonía en mi pierna.

Una serpiente me había mordido,

pues estaba colgada de la manzana que de un árbol había cogido.

Por alguna razón, no siento miedo.

¿Me habré cansado de la vida al fin? Eso creo.

Solo, me cuestiono, solo, me respondo,

parece ser que esta vez caí demasiado hondo.

Sin embargo, por allí justo pasaba

una bella, preciosa dama.

Modales exquisitos y pálida piel,

ojos color cielo, voz sabor miel.

Apoyó en el suelo un canasto

pequeño, modesto,

y de ahí sacó un ungüento fresco.

Lo colocó en la mordida;

Su mano, cálida.

Soplaba una fría brisa;

¡cómo contrastaba esta con su sonrisa!

A la orilla del lago conocí a mi amada.

Allí se construyó un santuario en homenaje a Adán y Eva.

Cuento, categoría 1: “El lugar de la Esperanza” (Ignacio Riglos, 1° año )

Érase una vez, en un pequeño pueblo rodeado de grandes bosques, una niña llamada Sofía. Ella era curiosa y soñadora, siempre buscaba aventuras y respuestas a las preguntas que surgían en su mente inquieta. 

Un día, mientras exploraba los alrededores del pueblo, Sofía fue por un sendero desconocido. El sol se ocultaba tras las hojas de los árboles, creando un juego de luces y sombras que llamaba su atención. Ella decidió seguir caminando hasta llegar a un vacío, donde descubrió una pequeña casa de madera. 

Intrigada por lo que podría encontrar, Sofía abrió la puerta y se encontró con una anciana sentada en una silla junto a una acogedora chimenea. La mujer sonrió al verla y le ofreció un lugar junto a ella.

 -Soy Esperanza,-dijo la anciana con una voz suave y amable-. He esperado tu visita durante mucho tiempo. 

Sofía la miró con curiosidad y le preguntó qué significaban sus palabras. La anciana le explicó que ella era la guardiana de la esperanza, una poderosa virtud que habitaba en el corazón de las personas. Le contó que era una fuerza que daba a la gente la valentía para enfrentar los desafíos de la vida y creer en un futuro mejor. 

Intrigada por estas palabras, Sofía le preguntó cómo podía ayudar a difundir la esperanza en el mundo. La mujer sonrió y le entregó un pequeño frasco de cristal lleno de polvo brillante.

 -Este es el polvo de la esperanza,-le explicó-. Es un regalo especial para ti. Eres la elegida para compartirla con aquellos que más lo necesitan. 

Sofía tomó el frasco con cuidado y lo guardó en su bolsillo. Desde ese día, se dedicó a recorrer su pueblo y llevar un poco de esperanza a cada persona que encontraba. Los rociaba con el polvo y les explicaba cómo creer en sí mismos y en un futuro mejor. 

Con el tiempo, el polvo se terminó. Preocupada, Sofia decidió llenar el frasco con un poco de arena fina. Luego, roció a uno de sus vecinos esperando que funcionara. Al hacerlo, el hombre consiguió la verdadera esperanza y su corazón se llenó de luz y alegría. Así, Sofía entendió que el polvo no era mágico y que la esperanza siempre estuvo en el interior de las personas. 

Poco a poco, la fe comenzó a esparcirse por todo el pueblo. Las personas encontraron el coraje para superar sus miedos y luchar por sus sueños. La comunidad se unió en un espíritu de esperanza y solidaridad, construyendo un lugar lleno de oportunidades y amor. 

Sofía se convirtió en una heroína para su pueblo, pero ella sabía que la verdadera magia provenía de la esperanza que todos llevaban en su interior y en la generosidad de compartirla. 

 Así fue como el pueblo de Sofía vivió feliz, con la esperanza como guía en cada paso que daban. La niña y la mujer siguieron trabajando juntas, llevando luz y alegría a todos los rincones del mundo. 

Y así, esta historia nos enseña que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza siempre está presente en nuestro interior, esperando ser descubierta y compartida con aquellos que creen en su poder. Con un corazón lleno de fe, todo es posible.

Poesía categoría 2: “La bufonería y el frágil mundo”

 (Fabrizio Taroni, 4° año)

La fiesta ya comenzaba, y a nuestro pequeño bufón una carta llegaba.

Una que otra perdida, ya su realidad no se resumía en otra palabra.

Sus ojos lograron alcanzar un cometa, que en medio de la noche viajaba.

Lejos, como sus esperanzas, extraviadas y marchitadas.

Lejos, como la oveja que del redil se separa, y la fiesta no disfrutaba.

Encadenado en su sentencia él se encuentra,

Ocultando su novedosa decadencia.

Nuestro David a su Goliat no enfrenta,

Mas su alma ruega clemencia.

La espera de un fruto difícil resulta,

Cuando aguardamos en baja altura.

Al gobierno celestial no se refuta,

¿O es acaso ya, la época de hambruna?

Triste o feliz, en ninguna de las dos sentía él su salvación,

o que el mundo insensible discernía la simulación;

porque no es el poderoso quien sabe de qué están hechas las cadenas,

sino el esclavo, que se arrastra al son del terror que conllevan ellas.

Ahora el público gritaba por la aparición del lacayo,

O buscaba jactarse de un simple payaso,

que anticipaba a través de la cortina, a su amigo el fracaso.

Sin embargo, en esa pequeña franja de luz, la verdad había encontrado.

Y ya era hora de que a su audiencia, ahora en su poder, le sea revelada.

Así él se pronunció: “Lamento las risas que hoy han de faltar,

pero en vano no nos encaminaremos hacia la destrucción.

Los ojos debemos abrir, no sea que dormidos los sorprenda la perdición,

y con nuestros valores, perder y ganar;

aun sabiendo que vacíos estamos, mas podemos en compañía ser.

Solo busco, de que del mundo y de mí, haya alguien capaz de compadecer.”

Cuento categoría 2:  Mirando por la ventana

(Alejandro Demaio, 4° año)

Estoy triste, desalentado, incómodo, me duele la panza, y miro por la ventana mientras por mi oído derecho entran números, equis y algún teorema o método  que lleva el nombre de un matemático al que no se le tuvo el respeto suficiente como para explicar quién fue o cómo llegó a esa conclusión.

Viendo el contraste entre el mundo y el lugar en el que me encuentro, me interpela una pregunta que me concierne desde lo más profundo: ¿es el mundo vasto y asombroso, está lleno de individuos especiales e interesantes, alberga sabiduría y aventura; o es esto todo lo que hay y nada más puede descubrirse  en él, y nunca seré feliz?

Al llegar a casa, comienza mi pequeño pedazo del mundo, que no es fácil ni mucho menos, sino muy difícil, mas verdadero.

Un día, tenía una partida importante de un torneo a la tardecita, jugaba en la primera mesa de blancas y mi rival era un inmigrante de fuerza y experiencia mayor que yo, y pasé la tarde preparándola solo y con mi entrenador.

Lapicera en el bolsillo, entré por el portón al club mientras sonaba música de época en el agradable café de estilo clásico que está montado en el primer pasillo, saludando al camarero y a quienes jugaban en las mesas con sus tazas calientes y dirigiéndome a la sala de juego.

“Buena partida” y un apretón de manos dieron inicio a la contienda. Como es costumbre ante los desafíos de la vida que definen nuestra historia, estaba nervioso. Sin embargo, a medida que mi cerebro se concentraba en el tablero, la realidad externa se esfumaba.

El otro jugador, cuyo rostro me inspiraba confianza y estima, jugó lo que yo esperaba, y la lucha discurrió en la Siciliana Najdorf. Fueron tres horas de gran trabajo, en las cuales ambos lo dimos todo de nosotros mismos y llevamos a cabo magníficos ataques y esplendorosas defensas, y jugamos con calidad y precisión. Salí derrotado, y sin embargo satisfecho, pues había creado junto con el otro ajedrecista una obra de arte y Belleza.

Comentamos la partida, al principio dentro con el tablero y luego fuera con nuestras cabezas. Una vez hubimos intercambiado puntos de vista y elaborado conclusiones, le pregunté hacia qué lado de la calle iría; me respondió que hacia  a derecha, y, como yo igualmente, emprendimos marcha y seguimos hablando, de la partida y también del ajedrez y de la vida, atravesando la avenida.

Dio la casualidad de que paramos en el mismo lugar: la Academia, y no la platónica, sino el clásico bar de Buenos Aires. Le cedí el pasar primero con la mano abierta apuntando a la puerta, y él aceptó. Nos sentamos por un rato en una esquina, y, como alguno de los dos estaba de frente a la zona de juegos, esta llamó su atención y propuso jugar al billar. Fue una muy buena idea, así que alquilamos una mesa, agarramos los tacos y ordenamos las bolas.

Su mano izquierda, firme sobre la tela, con el dedo pulgar levantado, era el puente que sostenía el taco sólidamente, mientras que la derecha lo movía de manera hábil adelante y atrás en línea recta, cual cuerda de arco que se tensa  para impulsar la flecha.

Sacó: la punta del palo chocó con un fuerte y preciso impacto la bola blanca produciendo un sonido limpio, y esta salió disparada rodando en el suave paño verde para golpear el ápice del triángulo, el cual contagió su agitación hasta las otras esquinas, provocando un movimiento diagonal que llevó el par de correspondientes bolas a las troneras. Él, lisas; rayadas yo. Tras su segundo tiro, era mi turno; al tiempo que mi compañero tomaba la tiza, yo daba unos pasos alrededor de la mesa para tirar. Metí una, y después lo erré.

Durante la partida, subsistía en mis pensamientos la pregunta: ¿me esperaba  un mundo diferente y mejor que el presente, encontraría la felicidad en esta vida; qué era el mundo, y cómo era el del estudio, el viaje, las experiencias, la ambición y el conocimiento? ¿O era yo el problema?

Entonces se la hice: ¿serían las cosas diferentes? Me respondió que sí. 

Le quedaba por meter solo la negra, y yo todavía tenía una rayada en el campo. Me tocaba jugar, y mi blanco estaba al lado del agujero; sin embargo, la octava se interponía en el recorrido, y no había muchos ángulos convenientes.

“No tengo opción”, anuncié como me gusta, e incliné el taco de manera que golpeara por abajo el proyectil esférico, listo para hacer lo que llamo “el saltito”. La blanca bola, despegada de la superficie, se elevó por los aires cual caballo alado, burlándose de esa que ahora la miraba desde debajo y había pretendido impedirle el paso. Como si de un cabezazo se tratara, empujó la perseguida con un ¡”tac”! de marfil, y consumó así su artística maniobra acrobática.

Con el objetivo final aislado, terminé por ganar. Habiendo pasado la medianoche, nos despedimos alegres como nos habíamos saludado: con un apretón de manos.

Él fue a sentarse afuera, y yo me fui para volver a casa. Caminando por la calle nocturna, con los ojos en el piso o en el cielo, sonreía pensando en sus palabras y la esperanza que me habían dado. Él me había dicho que sería diferente.

Poesía categoría 3 “Pandora” (Santiago Vons)

Si hubiera elegido otra carta del mazo,

si hubiera nacido un minuto más tarde,

si hubiera dicho un “no”, quizás más temprano,

sería otra mi historia de ahora.

Pero están escritos todos los arcanos,

ya están decididos todos mis pasados,

y ruego al panteón de dioses silentes

un poco de piedad en la próxima vida.

Entonces ocurre:

ella gritando.

La luz que se abre

y yo que despierto.

Todo comienza y me pongo a llorar.

Es otra mañana;

todo repite la misma cadencia.

Lo que entonces ya era,

ahora va siendo

y pronto será.

Y miro al cielo

buscando a los dioses que siguen ausentes

sin dar respuesta,

todo se conjura para ir enseñando

una lección fatal.

Entonces me mira:

algo allí cambia,

Pandora revela

el fondo de su caja.

Y sin saber a quién

mis labios hoy dicen

por vez primera

un tímido “gracias”

Cuento categoría 3: “Intermitencias” (Santiago Vons)

Un tablero enorme de cuadrados gigantescos. La vida parece teñida de blanco y negro.

Corre de un lado al otro sintiendo que no hay tiempo. Corren las agujas del segundero. Desorientado y en jaque, protege sus últimas piezas envidiando al adversario que conserva casi hasta su primer peón.

Sin entender cómo sabiéndose inteligente y astuto, ha sido rodeado en este punto que solo un rey inútil defiende a la pieza menor. Y atacados todos y cada uno de los flancos sueña por momentos con algún enroque, un destino menos cruel, un dios más hábil detrás del tablero…

Un mar enorme rodea el tablero mientras siente que se ahoga. La tormenta agita las aguas y el destino lo atosiga. No puede gritar mate. No puede sacrificar a la dama. No puede dejarse caer.

Se esfuerza, se agota.

No importa el color, ese único peón es más valioso que el propio rey.

Primera luz del día y abre los ojos. Un mal sueño se desvanece. Prepara la taza, desayuna sus remedios en silencio y cumple los rituales del aseo. Cierra la puerta con todos durmiendo, mira desatento la partida inconclusa y sin darse cuenta está camino al trabajo, montado en el tren. No recuerda ni cómo ni cuándo está entre sus clases, revisando papeles (siempre adelantando), contando planillas, corrigiendo exámenes, atendiendo charlas…

Reza un momento sin saber a quién. Perdido en su rutina piensa en el futuro. Y toma conciencia de lo que le espera. Y quién le espera.

Seré una sombra. Ya no habrá mates ni prisas. No habrá planillas ni calificaciones. No habrá plazos ni legado, solo cenizas.

Seré una sombra. Quizás un pequeño hilo de luz en el recuerdo fugaz de alguna memoria amable. De algún cariño, de algún buen mate.

Seré una sombra. Que habrá peleado otros sueños quizás en vano. Motivando incierto, vocaciones más jóvenes siempre sembrando sin ver la cosecha.

Seré una sombra. Y de que habrán valido: Las prisas, las planillas, los plazos… Los viajes perdidos, los sueños postergados, la familia herida, ese espejo fracturado.

Seré una sombra. Dragón difunto en fuego ardido, y sin legado.

Son ya seis reuniones.

Las cuatro de la tarde. Apenas recuerda haber almorzado el calmante. Camina apurado para no llegar. Siempre lo incierto del lugar del no tiempo. No quiere perder otro turno con él. Se encuentra con la junta médica de diez expertos tan específicos en sus especialidades que no ven al pequeño humano sufriendo abajo de ese diagnóstico incierto que no comparten entre ellos ni pueden dilucidar. Se cuestiona sus años de juventud en la facultad si puede ayudar. Escucha ausente pensando otra vez cuáles serian las indicaciones que daría.

Se ha vuelto sabio en medicina hogareña: uno más de aquellos que el sistema enfermó. ¿Diagnóstico? incredulidad y cinismo agudos. Pronóstico reservado.

Y llega la noche. Después de otras crisis (infinitas crisis en mundos infinitos). Episodio mil quinientos y ya lo habíamos visto. Como un mal capítulo de relleno en una temporada que no tiene sentido en la serie que le gusta(ba) mucho. Con cansancio infinito, efímeras fuerzas, contiene al peón convertido en bestia… y a sus propios demonios internos.

Cena liviano, calmante y panza llena.

Un dios ausente en la oración de la noche, sigue llorando esperanza antes de apagar la luz.