Por Ignacio Rodríguez Estévez –

Hoy a las 9 de la mañana volví a casa tras diez días de no estar. Lógicamente, tuve mil cosas que contar. Los que me “sufrieron” fueron mis papas y mi hermano. Sin embargo, a medida que iba contando todo lo que había vivido, me iba dando cuenta que mi ser estaba desordenado. Me di cuenta de sentimientos que tenia que se me mezclaba con emociones, con pensamientos, con risas, con personas. Así que, una vez que terminé de contar lo vivido, decidí ordenarme.

Comencé con la ropa que, a su vez, me traían nuevas personas y nuevos sentimientos. Una vez terminado con lo “exterior” tenía un problema mayor. Este problema era el de ordenarme interiormente. Me di cuenta que ese desorden era algo de Dios por lo que me tranquilicé, ya que, si es de Dios, nada malo puede pasar. Así que se me ocurrió ir a misa de 8 de la noche.

Llegue, y desde que empezó hasta que termino, no presté atención en ningún momento. Sin embargo, salí de la iglesia y sentí que Dios había actuado en mí. Sali y, para ese entonces, ya estaba totalmente ordenado. Ya sabía por qué tenía esos pensamientos y cuál era la causa de que los vinculaba con otras emociones y a estas con otras personas.

Nunca me voy a olvidar de esas personas que conocí hace siete días pero que fueron, son y serán tan importantes para mí. Nunca me voy a olvidar de aquellas personas que deseaba que se subieran en cada parada al micro donde yo estaba en mi vuelta a casa.

Tampoco me voy a olvidar de las personas que nos hicieron vivir aquella experiencia. Digo “nos hicieron vivir” por qué somos los misioneros los que recibimos tanto bien y es la gente del lugar la que nos lo da.

Ahora me queda un desafío que es: ¿qué hacer con tanto bien recibido? Para eso solo se me ocurre una cosa que es ponerlo en manos de Dios y María para que me guíen en mi camino.

Muchas gracias

 

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