Querida Comunidad Educativa:
Este año celebramos el Año Ignaciano para conmemorar los 500 años de una experiencia que transformó a Ignacio de Loyola para siempre, y dio lugar a una espiritualidad que ha facilitado el encuentro con Dios de multitud de personas de generación en generación.
Ignacio era el menor de 8 hermanos, su madre doña Marina de Licona murió poco después de que Ignacio naciera. Su padre, don Beltrán Yáñez de Loyola, lo envió de muy joven a la casa de don Juan Velázquez de Cuellar, un poderoso noble de Arévalo, para que se formara en la vida cortesana y así poder hacerse un nombre entre la nobleza. Pero su protector cayó en desgracia ante el Rey, y con él la posibilidad de Ignacio de progresar en la vida cortesana.
Fue entonces que siguió su formación militar, poniéndose al servicio del Duque de Nájera que lo preparó para la batalla. Así fue como el 20 de mayo de 1521, en la defensa de Pamplona, mientras defendía la ciudad del ataque francés, fue herido por una bombarda que le destrozó las rodillas, dando por tierra sus proyectos y sus sueños.
Fue justamente en esta experiencia de fracaso y de límite, donde Ignacio encontró a Dios. Durante su convalecencia le acercaron para leer una vida de Cristo y la vida de algunos santos. Comenzó a sentir a Dios como alguien muy vivo y presente en su vida, tanto es así, que sus deseos de fama y poder dieron paso a un nuevo sueño: el de ir a Jerusalén para vivir como Jesús.
Ignacio va a comenzar un largo proceso de conversión, su deseo de servir a Dios lo va a llevar a elegir y a tomar decisiones, va a tener que estar atento a las mociones del espíritu para discernir por dónde lo lleva la llamada y la invitación de Dios. Guiado por el Espíritu su vida va a hacer un giro de 180 grados. Comienza una vida nueva, se sabe profundamente amado por Dios y llamado a seguirlo.
Quienes compartimos la Espiritualidad Ignaciana nos sentimos movidos por la misma experiencia de búsqueda. De descentrarnos de nosotros mismos para abrirnos a la novedad de Dios, para que Él ocupe el centro de nuestra vida y podamos seguirlo con generosidad y libertad de espíritu.
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“Ver nuevas todas las cosas en Cristo”
Como San Ignacio, nosotros también estamos invitados a “ver nuevas todas las cosas en Cristo”. Esta frase será el lema del Año Ignaciano que comienza el 20 de mayo de 2021 y finaliza el 31 de julio de 2022. Es una celebración impulsada por Compañía de Jesús a nivel global.
“Ver nuevas todas las cosas en Cristo” es tener siempre los sentidos abiertos para captar las necesidades de nuestro entorno, preguntándonos en todo momento cómo podemos ayudar a transformar la realidad. El mundo es un mundo herido, roto; y es en este mundo donde Jesús caminó, conversó y abrazó.
“Ver nuevas todas las cosas en Cristo”, para asumir nuestras propias limitaciones como hizo el mismo Ignacio. Porque la historia de Ignacio, igual que la de cualquiera de nosotros, no es la de un superhombre, sin las de un simple “peregrino” – como se refería a sí mismo – empeñado en darse a los demás.
“Ver nuevas todas las cosas en Cristo”, para salir al camino, e ir descubriendo a ese Dios que habita y trabaja en todas las criaturas, y contemplarlo en todo lo que nos acontece.
Por eso, en este Año Ignaciano los invito a profundizar en esa experiencia que marcó la vida de San Ignacio y que es fuente de tanta fecundidad en la Iglesia y a vivirlo como una oportunidad de actualizar esa experiencia en nosotros, en nuestra relación con Dios, con los demás y con la Creación. El jueves 20 de mayo a las 11:15 realizaremos un acto virtual para realizar la inauguración de este año.