Colegio del Salvador
Acto de la Promesa de la Bandera Nacional 19 de Junio 2018
Palabras del Rector, Lic. Ricardo Moscato
Queridos chicos de 4to grado y 5to año, alumnos, directivos, maestras, profesores, tutores y familias, alumnos de los colegios jesuitas de Estados Unidos y Francia que nos visitan. Queridos ex alumnos, antiguos Abanderados que representan a más de 30 camadas del Salvador, Presidentes de la Asociación de Padres (APACS) y de la Asociación de Ex alumnos, Fanfarria Alto Perú del Regimiento de Granaderos a caballo Gral. San Martín.
Nos reunimos para ser testigos de la PROMESA de lealtad a la Bandera nacional, de los alumnos de cuarto grado, camada 158, y de los alumnos de Quinto año, camada 150, que renuevan su promesa ya realizada hace ocho años.
Una promesa es una expresión de la voluntad de hacer algo por alguien. Es una decisión que demanda esfuerzo y sacrificio.
Lealtad significa respeto y fidelidad. Cuando uno es leal acompaña al otro en las buenas y en las malas hacia un horizonte compartido. Para serlo auténticamente se necesitan dos virtudes frecuentemente olvidadas: la fortaleza frente a las amenazas del contexto y la templanza frente a nuestras propias pasiones y fragilidades.
La Bandera a la cual prometemos lealtad es la celeste y blanca, símbolo de la identidad nacional, nos une en las diferencias y nos distingue en lo universal. Nos convoca y ampara en un mundo diverso y plural. Para caminar juntos, para no pelearnos entre hermanos y aportar a la casa común de la tierra que en clave ecológica tanto necesita del cuidado y justicia global.
Lo expresa bellamente Francisco Luis Bernárdez:
“y por algo hay cielo en la bandera y un gesto noble y fraternal en el escudo”.
“Éste es el sol que une los cuerpos y éste es el cielo cuyo amor une las almas. Ambos están sobre nosotros para mostrarnos el camino que no engaña. Su luz nos junta en el recuerdo y al mismo tiempo nos congrega en la esperanza”.
Desde el espíritu evangélico, el amor a la patria y a nuestro pueblo es una semilla que se siembra y que hoy ponemos en sus manos. Jesús nos enseña que el reino de Dios se siembra y se cosecha permanentemente. Cada cultura y cada época es como una tierra nueva y apta para distintos tipos de semilla. Hoy tenemos que sembrar de nuevo. Porque los frutos que dieron otras siembras, cuando los ofrecemos a las nuevas generaciones, a veces tienen gusto rancio, a frisados o enlatados. Quizá por no sembrar con la misma pasión y dedicación que sembraron nuestros mayores y ofrecer más de lo mismo, los frutos en conserva.
Queridos chicos: esta promesa es como una semilla para compartir con los demás. Ojala tenga el gusto de la nueva tierra, de nuevas cosechas, de fruto fresco. Luchen por hacerla crecer todos los días. Las promesas no se compran hechas ni se consiguen por delivery ni se cuelgan en redes sociales. Se realizan artesanalmente todos los días. Es hacer, al estilo ignaciano, las cosas pequeñas de cada día con el corazón grande y abierto a Dios y a los demás.
La semilla de la promesa que hoy reciben es promesa de misericordia y compasión frente a la injusticia. Es promesa de discernimiento frente a la confusión y la manipulación. Para crecer bien debe ser acompañada de la memoria, que no es resentimiento sino aprendizaje de la historia. Para crecer bien debe ser animada por la creatividad de un futuro mejor que no es ilusión sino posibilidad sostenida por educación y trabajo. Para crecer bien, debe ser discernida con sabiduría en el presente que no es tragedia sino oportunidad de decisión y misión. No crecerá si se dejan derrotar por nuestros pesimismos y prejuicios, si naufragan en los atajos de los violentos y los indiferentes, si se dejan encerrar en las pantallas auto referenciadas, si borran los rostros y renuncian al nosotros, al encuentro con los demás, y si se refugian, miedosos, en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo o se diluyen en globalizaciones abstractas y mediáticas, como pasajeros del furgón de cola, admirando los fuegos artificiales de un mundo que siempre es ajeno como dice el Papa Francisco en la Evangelli Gaudium.
En este año en que celebramos nuestros 150 años, prometer la fidelidad a la Bandera significa “En todo amar y servir”.
En todo, buscando y encontrando a Dios en “todas las cosas y personas”, actuando en nuestra vida cotidiana, presente en la historia. Es la semilla de la Fe.
Prometer fidelidad a la bandera es prometer Amar. La semilla del amor Amar a cercanos y lejanos, superando egoísmos y comodidades, amar más allá de las fronteras como ciudadanos del mundo. En nuestra comunidad y saliendo de ella. Con amor que recibe muchos nombres: amistad, compasión, respeto, paciencia. Implica aprender a mirar con misericordia, a comprender otras vidas, acompañarlas en las buenas y en las malas descubriendo el rostro de Jesús en los más humildes. Ya nos lo dijo San Ignacio de Loyola: “el amor se demuestra más en las obras que en las palabras”.
Prometer fidelidad a la Bandera es prometer servir. La semilla del servicio. Servir es la disposición para ayudar, sanar. Servir en lo cotidiano de la familia, del colegio, del trabajo. Sirve dar la vida cada día aunque sea difícil y cueste. Sirve ser buen padre, buen hijo, buen amigo. Sirve estudiar, formarse, aprender. Sirve rechazar el mal espíritu de la prepotencia, el abuso y el bullying, Sirve decir que no al camino sin salida de las adicciones, Servir es crecer dándose cuenta que los talentos son regalos de Dios a cultivar para el Bien común.
Sepan que desde ahora tendrán testigos de este día: los antiguos abanderados, ex alumnos, sus compañeros, sus padres, sus profesores y maestras bajo las miradas eternas de la Virgen María y del Sagrado Corazón. Los invitamos a los mayores, maestras y profesores, padres y abuelos a dar el ejemplo del respeto de la palabra y de la promesa. No dejemos corromper estas promesas en las fronteras de tantos egoísmos innecesarios y de tantas necesidades silenciadas.
Pero hay otros testigos que quiero hacerles presentes en esta mañana: los que no están aquí y esperan mucho de cada uno de ustedes, los rostros que nos duelen, los chicos que viven en el basural del Silencio de Concordia , de Taco Pozo, en Chaco, los chicos de San Miguel que nos visitaron en Pentecostés, los chicos y chicas de las escuelas de Fe y Alegría, las personas en situación de calle de la Obra San José, los pueblos de San José del Boquerón en Santiago del Estero, y tantos otros niños y jóvenes, y tantos argentinos sin hogar, sin salud, sin educación, sin bandera. Ellos, los que con poco hacen mucho porque sostienen su vida contra toda desesperanza, esperan de ustedes , chicos del Salvador, que tienen tantas oportunidades que den frutos y de los buenos.
Queridos chicos: para cuidar y hacer crecer las semillas de la fe, del amor y del servicio sean atentos y respetuosos. Atentos a la patria en el símbolo que la expresa y al mundo global en el que se inserta, que los necesita como ciudadanos responsables. Respetuosos con su pueblo, del hombre y de la mujer argentina que trabaja honestamente para llevar el pan a sus casas, respetuosos especialmente de los chicos y de los ancianos, de cuidar el futuro y de preservar nuestras raíces. Respetuosos de la vida que es sagrada siempre, porque la vida vale. Respetuosos, de toda vida desde su concepción hasta su muerte natural, de la vida por nacer inocente y frágil, y de la vida de los nacidos, diciéndole que no, con sólidos argumentos y nobles sentimientos a la cultura de la muerte y del descarte.
No es un camino fácil, pero el Señor nunca nos abandona. Dejen que la gracia de Bautismo de frutos en sus vidas, no se desalienten, porque tienen la fuerza del Espíritu Santo. Y cuando sientan la tentación de paralizarse en la debilidad: Miren al Sagrado Corazón y pídanle lo que los alumnos del Salvador dejaron en piedra para las próximas generaciones: Señor, haceme un corazón semejante al tuyo, «Señor, tú puedes realizar el milagro de hacerme un poco mejor, de hacer nuestra patria casa de todos»
En palabras del poeta “Si alguna vez nos dividimos, quiera el Señor que levantemos la mirada. Y contemplemos en el cielo celeste y blanco la bandera de la patria. En su virtud encontraremos aquella fuerza que una vez nos hizo falta. Y volveremos a estar juntos como los hijos bajo el techo de la casa.
Que Dios los bendiga y les de la fortaleza y la templanza para ser fieles a lo que prometen, y a nosotros, los testigos, la sabiduría de acompañarlos y animarlos en el camino de la vida, como Jesús, el Señor de la Buena Compañía que liberó a los discípulos de sus miedos en el camino de Emaús.
Con este espíritu, “para en todo amar y servir” les tomaré la promesa